sábado, agosto 24, 2013

Un viaje por Huatacondo


Estimad@s:

Les presento a Huatacondo, pueblo mágico y oculto que albergó al personaje que les escribe durante ocho días de celebración. Huatacondo es sinónimo de alegría, de carnaval, de trabajados, hermosos y coloridos bailes, de fiestas, asados y – por qué no decirlo – de mares de cerveza, ya sea compartiendo éstas al calor de una fogata en el camping, en el ya famoso “El Pulguero” en la esquina sobre la plaza, o bien luego de las madrugadoras fiestas diarias con música en vivo, que terminan siempre, ya en el amanecer, con el tradicional canto “El Cuculí”.


Sin embargo es también sinónimo de tradición, espiritualidad y reflexión; de encuentro y comunión. Quizás sea esta última palabra la que mejor define al pueblo. Y es que el sentido de comunidad que se tiene en él es envidiable. Es imposible dar una vuelta por la totalidad del pueblo sin saludar a alguien, todos se conocen, unos más, otros menos, pero de igual manera es difícil que alguien le niegue el favor a otro. Todos son familia, y haya o no parentesco de sangre que lo compruebe, poco importa, pues lo siguen siendo en su esencia.


Puede que suene a caricatura utópica a algunos, pero la verdad es que el pueblo cuenta con particularidades y pequeños detalles que lo hacen muy especial. No hay cobertura de celulares y apenas una única señal de internet destinada a la escuela que allí existe. Y pese a que la clave es conocida por todos, se utiliza muy poco, salvo en contadas ocasiones (al igual que el único teléfono público que existe), como si el “conectarse” fuese lo menos buscado. ¿El resultado? Hechos que en estos días llegan a parecer extraños: niños jugando alegremente en la plaza frente a la catedral, o adultos que se reúnen en la pileta a conversar al ritmo de las bandas que no cesan de enseñar su música al público durante todo el día. Ciertamente, un paisaje bastante diferente al que uno se suele encontrar “de vuelta a la realidad” en la cual algunas “reuniones” se basan en que cada participante casi no hable con el otro, pues todos se encuentran demasiado ocupados manoseando sus iphones.


Tres años tuve que esperar para poder reencontrarme con Huatacondo y tenía cierto temor comprensible: que el pueblo hubiese cambiado, tal y cómo ocurrió al mítico “Espectre” de la película “El gran pez”. Y sí, el pueblo ha cambiado, pero por suerte no en gran medida, y además positivamente. Así, la indomable carretera que lo conectaba con el resto del mundo se volvió mucho más transitable, de modo que ahora cualquier tipo de vehículo es apto para llegar. Además, se instalaron en él una turbina eólica y paneles solares que le dieron al pueblo energía durante las 24 horas del día (algo impensado por sus habitantes con anterioridad), transformándolo en el primer pueblo sustentable del país, en cuyo proceso se entrega no sólo el conocimiento sobre la nueva tecnología, sino también una valoración y toma de conciencia ambiental que su uso implica. Van Kessel (sociólogo y teólogo holandés) una vez entregó un concepto “cultural” sobre el desarrollo: “es el esfuerzo que pone una sociedad para asegurar y optimizar el bienestar integral de sus propios miembros por medio de un proceso de emancipación material, social y humana, idealmente proyectada en el pasado mitológico o en el futuro utópico”. Es decir, un desarrollo que incluye bienestar, que evita el etnocentrismo, y que permite la autodefinición de cada grupo social y cultural. Se obtiene así un desarrollo “endógeno” (desde dentro), “pues es un proceso auto-creativo e integral, en el que las estructuras se desarrollan bajo el impulso vitalizante e integrador de la cultura y con el continuo perfeccionamiento de la tecnología que posibilita la emancipación material respecto del ambiente cultural". Por el contrario – asegura Kessel – un desarrollo “alógeno” (desde fuera) termina siendo inevitablemente etnocidiario (a nivel cultural) e imperialista (a nivel político-económico). Y pese a que es la segunda “lógica” la que ha imperado siempre en el mundo (sobre todo el Latinoamérica), Huatacondo corresponde a una de las pocas y honrosas excepciones que siguen la primera vía nombrada. Pareciera que aquella dualidad entre modernidad y tradición encontró el punto de equilibrio perfecto, en que la introducción de nuevas tecnologías y técnicas no significó pérdida de la tradición, de su patrimonio y de su rica cultura. No se ve aquí imposición, “desarrollo a la fuerza”, sino diálogo y entendimiento, un desarrollo “negociado” que para algunos parecería imposible.


Por todo esto y mucho más sólo me queda agradecer infinitamente a mi familia por la oportunidad de poder volver a pisar estas tierras, que nuevamente me brindaron una experiencia que, pese a no estar exenta de algunas complicaciones (que por suerte ya están en parte solucionadas), sigue siendo inolvidable y maravillosa. Y es que abandonar Huatacondo luego de estos 8 días es algo complicado, donde a más de uno le vi lágrimas que expresan la pena que significa esta despedida. Sólo queda esperar el próximo año, donde nuevamente más de 2.000 personas se congregarán, entre las cuales espero estar presente, y ojalá con algún telescopio en mi poder, pues la ubicación geográfica del pueblo, así como su poca luminosidad, dan la sensación de que se pueden tocar las estrellas al estirar la mano hacia el cielo… y quién sabe, quizás algo de verdad hay en eso.


Saludos!